Entre reproches cruzados y cálculos electorales, Axel Kicillof busca proyectarse hacia 2027 mientras los intendentes reclaman romper con La Cámpora y Cristina responsabiliza al gobernador por la derrota frente a la Libertad Avanza.
El peronismo bonaerense atraviesa una de sus crisis más profundas desde el regreso de la democracia. Tras la dura derrota electoral, el gobernador Axel Kicillof reunió a unos 40 intendentes de su línea interna —el Movimiento Derecho al Futuro (MDF)— en una casona del Parque Pereyra Iraola, en Berazategui.
El encuentro, que buscó transmitir unidad y optimismo, terminó confirmando lo contrario: el peronismo está dividido, herido y sin conducción clara.
Una reunión cargada de tensión
Kicillof intentó poner en marcha lo que llamó “el camino a 2027”, dando por cerrada la elección legislativa apenas dos días después del revés en las urnas. “La elección 2025 ya pasó”, dijo, en un mensaje que sorprendió por su desconexión con el clima de descontento entre los jefes comunales.
Pese al tono entusiasta, la reunión se dio bajo la sombra de la carta pública de Cristina Fernández de Kirchner, quien había responsabilizado al gobernador por la derrota y lo había señalado como “el único mandatario peronista que perdió su distrito”.
El gesto de Kicillof fue interpretado como un intento de marcar independencia política, aunque varios intendentes admitieron que el encuentro sirvió más para administrar el enojo interno que para delinear un proyecto. “La consigna es volver al peronismo, pero nadie sabe muy bien qué significa eso hoy”, confesó un dirigente presente.
Cristina, Máximo y la interna que no se disimula
El documento de la ex presidenta volvió a abrir la disputa por el liderazgo dentro del espacio. Mientras Máximo Kirchner mantiene el control formal del PJ bonaerense, un grupo creciente de intendentes exige su salida y reclama que Kicillof asuma la conducción partidaria.
El reclamo también incluye la renuncia de los ministros ligados a La Cámpora, a quienes los jefes comunales acusan de obstaculizar la gestión y aislar al gobernador.
“Yo quiero que Axel sea presidente, pero si lo acompaña La Cámpora o Grabois, es inviable”, advirtió Ricardo Alessandro, intendente de Salto, reflejando el hartazgo con el kirchnerismo duro.
Del otro lado, los funcionarios camporistas Florencia Saintout, Juan Martín Mena y Homero Giles respaldaron abiertamente la carta de Cristina, mientras que otros —como Daniela Vilar y Nicolás Kreplack— optaron por el silencio.
La fractura dentro del gabinete bonaerense es tan visible que, según trascendió, varios ministros viajaron a la reunión sin saber dónde sería, en medio de la confusión y las especulaciones.
Un movimiento sin rumbo ni liderazgo claro
En su discurso, Kicillof intentó presentarse como víctima de presiones externas e internas. Habló de ataques “desde los Estados Unidos”, de un “recorte del Gobierno Nacional” y de “embates del propio peronismo”. Sin embargo, el diagnóstico no incluyó autocrítica ni una hoja de ruta concreta para revertir la caída del espacio.
El intendente Alfredo Fisher (Laprida) intentó rescatar una nota positiva al destacar el desdoblamiento electoral de septiembre, aunque reconoció que el comunicado de Cristina “no aportó nada”.
Fuera del micrófono, otros jefes comunales admitieron que el gobernador “no logra contener ni ordenar a los suyos”, y que el peronismo bonaerense “perdió el pulso social que alguna vez lo sostuvo”.
El escenario posterior a la derrota
El cónclave se desarrolló en una residencia con historia peronista: una casona levantada por orden de Juan Domingo Perón para el descanso de Evita, luego convertida en sede del Ministerio de Asuntos Agrarios durante el gobierno de Felipe Solá.
Lejos de su simbolismo histórico, el lugar sirvió de escenario para un peronismo en retirada, atrapado entre el pasado y un futuro que no logra imaginar.
Mientras Cristina Kirchner insiste en marcar distancia de Kicillof y el gobernador intenta proyectarse hacia 2027 con un discurso de renovación, la realidad parece otra:
El movimiento que alguna vez dominó la política bonaerense se encuentra dividido, sin conducción efectiva y con dirigentes más preocupados por preservar sus propios espacios que por reconstruir una identidad común.